Tamara Samsonova: la abuela caníbal y descuartizadora que aterrorizó a Rusia
Parecía una dulce y tierna abuela, pero en realidad era una ferviente admiradora del temido asesino en serie Andréi Chikatilo, conocido como el ‘Carnicero de Rostov’. Además, llegó a confesar que cocinó y comió los pulmones de algunas de sus víctimas.
Hoy exploraremos su escalofriante historia…

En una zona apartada de San Petersburgo, alguien había abandonado siete bolsas de basura, cuyo hedor era tan insoportable que ni siquiera los animales se acercaban. Alertados por la pestilencia, los bomberos acudieron al lugar para investigar el origen del olor. Al inspeccionar el contenido de las bolsas, hicieron un macabro hallazgo: entre los desechos, encontraron restos humanos envueltos en una cortina de ducha.

Se trataba de una vecina que había sido reportada como desaparecida. Ante el macabro hallazgo, la policía revisó las cámaras de seguridad de la zona y rápidamente identificó a la responsable: su propia amiga. Tras una acalorada discusión, la había asesinado y luego descuartizado.
«Lo hice todo deliberadamente», confesó sin remordimiento.
Durante el interrogatorio, reveló un escalofriante secreto: no era su primera víctima. Según su testimonio, había asesinado a un total de once personas, incluyendo a su marido, su suegra y varios inquilinos que habían pasado por su hogar.
Pero antes de adentrarnos en los crímenes, vayamos al inicio de esta aterradora historia…

Tamara Samsonova nació el 5 de febrero de 1947 en la ciudad rusa de Uzhur. Tras graduarse de la escuela secundaria, se trasladó a Moscú para estudiar en el Instituto Estatal de Lingüística, donde obtuvo su licenciatura. Una vez finalizados sus estudios, se mudó a San Petersburgo, donde conoció a su futuro esposo, Alexei.
La pareja contrajo matrimonio a principios de los años setenta y se estableció en la calle Dimitrov, en los suburbios de la ciudad. Gracias a su dominio de varios idiomas, Tamara consiguió trabajo en una agencia de viajes, aunque más tarde desarrolló su carrera profesional en el prestigioso Hotel Evropéiskaya, uno de los establecimientos de cinco estrellas más emblemáticos de San Petersburgo.
A lo largo de los años, nadie—ni sus compañeros de trabajo, ni sus amigos, ni sus vecinos—sospechó jamás la oscura y perturbadora personalidad que se escondía detrás de aquella mujer aparentemente inofensiva.

Todos la recordaban como una persona cariñosa, simpática y de buen corazón, aunque con aficiones un tanto peculiares. Sentía una gran fascinación por los horóscopos, la astrología y la literatura sobre magia negra.
Sin embargo, su interés más inquietante fue su obsesión con uno de los asesinos en serie más temidos de la Unión Soviética: Andréi Chikatilo, el «Carnicero de Rostov». Lo estudiaba con devoción, analizando cada uno de sus crímenes y adentrándose en la mente de un monstruo, sin que nadie sospechara hasta qué punto aquella admiración marcaría su propio destino.

Su primera incursión delictiva tuvo lugar en el año 2000, cuando su marido, Alexei, desapareció sin dejar rastro. A pesar de que sus familiares denunciaron su desaparición e insistieron en que algo extraño había ocurrido, Tamara sostuvo que él se había fugado con otra mujer y que jamás regresaría.
Las autoridades aceptaron su versión sin cuestionarla, cerrando el caso sin investigar más a fondo.
Con la supuesta fuga de su esposo, Tamara decidió alquilar una habitación en su casa. Al principio, parecía una forma sencilla de tener compañía y obtener un ingreso extra. Sin embargo, con el tiempo, aquello se convirtió en la excusa perfecta para deshacerse de sus inquilinos, uno tras otro, en una espiral de asesinatos que pasaría desapercibida durante años.

Uno de sus inquilinos, Volodya, fue brutalmente mutilado y descuartizado en el baño, pero sus restos jamás fueron encontrados. Lo mismo sucedió con otro hombre, Sergei, a quien también desmembró antes de deshacerse de su cuerpo en la calle. Sin embargo, en esta ocasión, su macabra obra salió a la luz: en 2003, su cadáver apareció abandonado, sin brazos ni piernas.
Cuando alguien preguntaba por la repentina ausencia de alguno de sus huéspedes, Tamara siempre tenía una excusa lista. Nadie sospechó que detrás de su apariencia gentil se ocultaba la mente de una asesina en serie. Ni siquiera cuando, en medio de una conversación trivial, soltaba frases inquietantes como: «Seré popular y famosa» o «causaré sensación».
Para su círculo cercano, aquellas afirmaciones parecían simples excentricidades. No fue hasta su último crimen cuando todos comprendieron la verdad: Tamara no solo mataba por placer, sino porque su verdadero objetivo era alcanzar la fama a través del horror.

Su macabro objetivo se cumplió en 2015, cuando se mudó temporalmente con su amiga Valentina Nikolaevna Ulanova, de 79 años. En marzo de ese año, Samsonova comenzó unas reformas en su vivienda y necesitaba un lugar donde quedarse hasta que los trabajos de los obreros finalizaran.
Valentina, sin sospechar el peligro que representaba su invitada, le ofreció hospedaje en su hogar. Lo que parecía una simple muestra de hospitalidad terminaría convirtiéndose en el último capítulo de una historia de horror.

Valentina, con amabilidad, se ofreció a acoger a Tamara en su hogar, y durante varios meses ambas ancianas convivieron en el mismo piso. Sin embargo, cuando las reformas concluyeron en julio, Tamara se negó a marcharse, lo que comenzó a incomodar profundamente a su anfitriona. Valentina sentía que su casa ya no le pertenecía y que su invitada se había convertido en una intrusa.
La convivencia se volvió insoportable. Las fricciones entre ambas aumentaban día a día y discutían por cualquier motivo. Valentina, cansada de la actitud de Tamara, comenzó a insistir en que debía marcharse.
La noche del 23 de julio, una simple discusión por una pila de platos sin fregar fue la chispa que encendió la mecha. Aquel altercado fue el detonante que llevó a Tamara a planear su último crimen.
Fría y calculadora, compró somníferos, los machacó y los mezcló con una ensalada Olivier, un plato típico ruso. Luego, se aseguró de que Valentina se comiera la cena y esperó pacientemente. Cuando su amiga se fue a dormir, Tamara también se retiró a descansar, sabiendo que la madrugada traería consigo el desenlace que tanto había anticipado.
Hacia las dos de la madrugada, el horror finalmente se desató…

investigación que no tardó en señalar a la responsable del crimen.
Tamara regresó a la cocina y encontró a Valentina desplomada en el suelo. Aunque aún estaba viva, la asesina no dudó en completar su macabro plan. Con una frialdad escalofriante, tomó una sierra y comenzó a desmembrarla. Primero le cortó la cabeza y las manos, que luego hirvió en una olla, antes de continuar mutilando el resto del cadáver.
Para ocultar su crimen, envolvió los restos en bolsas de plástico y en una cortina de ducha, distribuyéndolos en distintos puntos cercanos a su edificio para evitar que identificaran a la víctima. Durante varias horas, sacó hasta siete bolsas de basura negras y las abandonó en un terreno próximo. También arrojó la cacerola con la cabeza y las manos a un contenedor, pero estos restos nunca fueron encontrados.
Sin embargo, Tamara no contaba con un detalle crucial: las cámaras de seguridad del edificio y de las calles adyacentes registraron cada uno de sus movimientos. En las imágenes, se la podía ver vestida con un chubasquero azul, arrastrando las bolsas con los restos humanos por la calzada.
Días después, el hedor nauseabundo de los desechos llamó la atención de los vecinos y alertó a los bomberos. Tras el escalofriante hallazgo, la policía inició una exhaustiva investigación que no tardó en destapar la oscura verdad detrás de aquella mujer de apariencia inofensiva.


La investigación para esclarecer lo sucedido comenzó de inmediato. Una de las primeras tareas de la policía fue revisar las cámaras de seguridad de la zona, con la esperanza de identificar al responsable del crimen. Fue entonces cuando descubrieron imágenes de una mujer vestida con un chubasquero azul, arrastrando pesadas bolsas de basura por la calzada.
Con esta pista, los investigadores trazaron el posible recorrido de la desconocida, lo que los condujo hasta un reguero de sangre que provenía directamente del edificio de Samsonova. Siguiendo esta pista, los agentes comenzaron a interrogar a los vecinos, piso por piso, hasta que finalmente llegaron a la puerta de Tamara.
Cuando ella abrió la puerta y vio a los oficiales de policía, no dudó ni un momento. Con una frialdad aterradora, gritó: “¡Fui yo!”
La confesa asesina no mostró ningún remordimiento, dejando claro que su oscura historia había llegado a su fin.
Con su confesión, Tamara fue detenida y llevada a comisaría, donde no solo confirmó el asesinato de Valentina, sino que también desveló un escalofriante secreto: “No es mi primer asesinato, he matado a otras personas”. A lo largo de su declaración, admitió que la sangre de sus víctimas no era la primera que había derramado.
Mientras tanto, la policía inició un registro minucioso en las viviendas de Valentina y Tamara en busca de pruebas. En la casa de Tamara, encontraron la bañera llena de sierras y cuchillos cubiertos de sangre, así como una nevera con restos humanos cuidadosamente almacenados en papel de aluminio. Además, descubrieron varios libros sobre magia negra y astrología, lo que reforzó la imagen de una persona obsesionada con lo macabro.
Lo más inquietante fue lo que hallaron acerca de su fascinación por el asesino en serie Andrei Chikatilo. En la vivienda de Tamara, los investigadores encontraron una gran cantidad de información sobre Chikatilo, como recortes de prensa y documentos relacionados con sus crímenes. También hallaron varios diarios escritos por Tamara, donde ella relataba en detalle sus pensamientos más oscuros y sus planes de continuar con su cadena de asesinatos.
El horror de sus revelaciones dejó a los investigadores sin palabras, y el caso se convirtió en uno de los más escalofriantes en la historia de Rusia.