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Francisco Antonio Laureana, el Monstruo de San Isidro

Francisco Antonio Laureana nació en Corrientes, Argentina, en 1952 y fue conocido como «El Sátiro de San Isidro». Fue un violador y asesino en serie que, entre 1974 y 1975, atacó a 15 mujeres en un lapso de seis meses, asesinando a 13 de ellas. Sus crímenes seguían un patrón: solía cometerlos los miércoles y jueves, cerca de las seis de la tarde.

La policía afirmó que Laureana huyó de la ciudad de Corrientes tras violar y ahorcar a una monja en las escaleras de un colegio religioso. En julio de 1974, se mudó a la ciudad de San Isidro.

Trabajó como artesano, vendiendo aros, pulseras y collares. Se casó con María Romero, una mujer que tenía tres hijos. Casi todos los miércoles y jueves, alrededor de las seis de la tarde, desaparecía una mujer o una niña en la ciudad.

Sus cuerpos sin vida eran encontrados poco tiempo después en terrenos baldíos, con signos de haber sido violadas y asesinadas brutalmente. Algunas víctimas fueron estranguladas, mientras que otras recibieron disparos de un revólver calibre 32.

Sus víctimas eran mujeres que tomaban sol en los chalés o esperaban en paradas de colectivo. El «Sátiro» siempre robaba algún objeto de sus víctimas, pero nunca lo vendía; los guardaba en una bota en su casa como trofeos. En ocasiones, regresaba a la escena del crimen para revivir el momento.

Después de cometer uno de los homicidios, un testigo lo vio huyendo por los techos de una casa, pero el asesino le disparó con su arma. El testigo resultó ileso y fue clave para la elaboración de un identikit del sospechoso, el cual comenzó a circular por toda la ciudad.

El 27 de febrero de 1975, una niña que caminaba por las calles de San Isidro vio a un hombre que le pareció idéntico al sospechoso del identikit que circulaba por la ciudad. Al llegar a casa, se lo contó a su madre, quien, preocupada, inmediatamente contactó a la policía. Los agentes comenzaron a buscarlo y, tras una corta persecución, lo encontraron a unas pocas cuadras. Al intentar arrestarlo y llevarlo para un interrogatorio, Laureana se resistió violentamente, desatando un tiroteo con los oficiales. Durante el enfrentamiento, logró escapar, pero su identidad ya estaba confirmada, y la policía intensificó su búsqueda.

Francisco Laureana recibió un disparo en el hombro durante el tiroteo con la policía y, a pesar de estar gravemente herido, logró escapar. Se escondió en un gallinero ubicado en los fondos de una mansión cercana, con la esperanza de eludir a las autoridades. Sin embargo, una perra que custodiaba el lugar comenzó a ladrar y marcó el escondite de Laureana, revelando su ubicación a los oficiales. Tras un breve rastreo, la policía logró capturarlo, poniendo fin a su huida.

Los policías bonaerenses se acercaron al gallinero y, tras una breve confrontación, acribillaron a Francisco Laureana. Cuando las autoridades le informaron a su esposa sobre la muerte de su marido, ella no podía creerlo. Para ella, Laureana era un hombre amable, una buena persona y un excelente marido, y nunca imaginó que estuviera involucrado en tales crímenes. Su mundo se derrumbó al descubrir la verdadera naturaleza de quien había sido su compañero durante tantos años.

Muchos crímenes pudieron resolverse al encontrar, en las botas de su casa, objetos que pertenecían a las víctimas, junto con varias armas de fuego. Estos elementos sirvieron como pruebas clave para vincularlo con los asesinatos. El caso de Francisco Antonio Laureana, conocido como «El Sátiro de San Isidro», se consolidó como uno de los más notorios y prolíficos de la historia criminal argentina, marcando un antes y un después en la lucha contra los asesinos en serie en el país.

(La foto del cuerpo de Laureana, tras ser asesinado por la policía, fue un recordatorio del fin trágico de una carrera delictiva que aterrorizó a toda una ciudad.)

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