En el convulso tablero geopolítico de Europa del Este del siglo XX, pocos episodios muestran de manera tan cruda la complejidad del odio étnico y la violencia política como la secuencia que une dos tragedias: el Holodomor (1932-1933) y las masacres de Volinia y Galitzia Oriental (1943-1945). En un lapso de apenas una década, una parte del pueblo ucraniano pasó de ser víctima de un genocidio a perpetrador de otro.
El Holodomor: la gran hambruna planificada
En 1932, la Ucrania soviética fue golpeada por una hambruna artificial provocada por las políticas de colectivización forzada de Iósif Stalin. La requisición masiva de grano, las cuotas imposibles de cumplir y el cierre de fronteras internas sellaron el destino de millones. El Holodomor, reconocido hoy por numerosos países como un genocidio, dejó entre 3 y 5 millones de muertos, especialmente en las fértiles tierras del centro y este de Ucrania.
Sin embargo, las regiones de Volinia y Galitzia Oriental —donde una década después se produciría otra masacre— no estaban bajo el dominio soviético en aquel momento. Tras la guerra polaco-soviética (1919-1921), estos territorios habían quedado en manos de Polonia. La hambruna, por tanto, no golpeó directamente a la población de estas zonas, aunque sí generó en el imaginario nacionalista ucraniano un profundo temor a la dominación rusa.
Entre Polonia y el nacionalismo radical
Durante el periodo de entreguerras, las relaciones entre Varsovia y la población ucraniana de Volinia y Galitzia fueron tensas. El gobierno polaco emprendió políticas de polonización forzosa, que incluían el cierre de escuelas ucranianas, confiscación de tierras y marginación política. Estas medidas alimentaron un resentimiento étnico que fue hábilmente explotado por la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), un movimiento que soñaba con un Estado ucraniano independiente y étnicamente homogéneo.
La llegada de la Segunda Guerra Mundial encendió la mecha. Entre 1939 y 1944, Volinia y Galitzia cambiaron repetidamente de manos: primero ocupadas por la URSS, luego por la Alemania nazi y finalmente nuevamente por los soviéticos. Este vaivén de autoridades debilitó las estructuras estatales y sumió la región en una espiral de violencia, donde las lealtades se disolvían y la ley del más fuerte imperaba.
Las masacres de Volinia y Galitzia Oriental
En este contexto, la rama armada de la OUN, el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), lanzó en 1943 una campaña sistemática para eliminar la presencia polaca en la región. El objetivo era claro: asegurar que, al finalizar la guerra, esos territorios fueran exclusivamente ucranianos.
Aldeas enteras fueron rodeadas y arrasadas; hombres, mujeres y niños fueron asesinados con métodos brutales. Las cifras de víctimas oscilan entre 50.000 y 100.000 polacos, mientras que las represalias polacas, aunque significativas, fueron mucho menores en escala. La violencia alcanzó un nivel tal que hoy, el Parlamento polaco lo reconoce oficialmente como un genocidio. Ucrania, por su parte, prefiere hablar de “tragedia polaco-ucraniana” y enfatiza la violencia mutua.
La paradoja histórica
El vínculo entre el Holodomor y las masacres de Volinia no es directo en términos geográficos —ya que ocurrieron en zonas distintas—, pero sí plantea una paradoja histórica: un pueblo que había sido víctima de un genocidio a manos de un régimen opresor pudo, bajo otras circunstancias, convertirse en verdugo de otro pueblo vecino.
El nacionalismo radical, las heridas históricas y la brutalización social causada por la guerra total crearon el caldo de cultivo para que el sufrimiento pasado no se tradujera en solidaridad, sino en nuevos ciclos de violencia. En la memoria colectiva de Europa del Este, estos episodios siguen siendo una herida abierta que condiciona las relaciones entre Polonia y Ucrania hasta el presente.




